Euskal Erbesteen Kultura – La Cultura de los Exilios Vascos

Biografías

Hamaika Bide parte en sus trabajos de unos planteamientos al margen de partidos políticos o de encasillamientos ideológicos. De esta manera aborda el estudio de exiliados y exiliadas de cualquier condición o posicionamiento político entendiendo que todos ellos han realizado una aportación valiosa a la cultura del pueblo vasco. Por lo tanto en esta sección se irán intergrando biografías de personalidades vascas sin más nexo entre sí que el haber compartido un destino común: el exilio.

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Mitxelena Lazkano, Salbatore

Fotografía de Salbatore Mitxelena Lazkano
(Zarauz, Gipuzkoa, 1919 – Chaux-de-Fonds,Suiza, 1965)

Estudios: Humanidades, Filosofía, Teología.
Profesión preferente: sacerdote y misionero.
Actividades culturales: escritor.

Exilio:
Lugares y fechas del exilio:
1.- Uruguay: 1955-1959.
2.- Cuba: 1960-1962.
3.- Suiza: 1962-1965.

El santuario franciscano de Arantzazu (Gipuzkoa) ha sido durante cinco siglos un centro de espiritualidad y de cultura vasca. En él se formaron muchos predicadores, misioneros, músicos y hombres comprometidos con la religión y con la cultura autóctona. Entre éstos últimos cabe destacar en la segunda mitad del s. XX a L. Villasante (1920-2000), escritor y presidente de Euskaltzaindia, y a los poetas B. Gandiaga (1928-2001) y Salbatore Mitxelena (1919-1965). Este último fue sobre todo poeta, no filósofo, ni siquiera un pensador original, pero sí supo dar un matiz muy personal al dolor de los nacionalistas vascos, como lo hicieron Lizardi, B. Gandiaga, o Txillardegi. Su poesía se basa sobre dos pilares: Euskal Herria (lengua, historia, etc.) y la religión (la Virgen, Arantzazu, su fe, el calvario).

S. Mitxelena nació el 18 de enero de 1919 en el caserío «Etxebeltx» de Zarauz (Gipuzkoa). Usó varios seudónimos en sus escritos, especialmente el de «Inurritza», nombre del barrio donde se hallaba enclavado su caserío. Fue el tercero de nueve hermanos y pasó los once primeros años en su pueblo natal donde sufrió los primeros castigos en la escuela por usar el euskera durante la dictadura del General Primo de Rivera (1923-1930). En 1930 ingresa en el colegio de Arantzazu, y en 1933 pasa a Forua (Bizkaia) donde completa las humanidades. En 1934 muere su madre atropellada por un camión en la zona de San Pelayo (Zarauz). En 1936 marcha al convento franciscano de Olite (Navarra) para estudiar filosofía. Al estallar la Guerra Civil se ve forzado a alistarse con 17 años y marcha a Guadalajara como ayudante de oficiales en aquella guerra fratricida, «fuente de todos los males». En adelante, toda su vida y toda la producción poética estarán condicionadas por las consecuencias de aquella conflagración bélica. El título de su primer libro destaca el dolor causado por la guerra: Aberriak min dit eta Miñak Olerki (1937) (Me duele la patria y el dolor me hace brotar la poesía). Si al filósofo bilbaíno Miguel de Unamuno le dolía su patria España, a este franciscano le dolerá durante toda la vida su Euskal Herria. En uno de los períodos más prolongados y peores de la historia de Euskadi, S. Mitxelena se erigió en defensor de la pequeña nación vasca, en trovador de un pueblo sufriente, en predicador de la resistencia pacífica y de la desobediencia activa, en escritor comprometido con su pueblo, en testigo fiel de su tiempo, en uno de los escritores vascos que mejor reflejaron el dolor de una minoría étnica y en voz sonora de un pueblo amordazado en fase de extinción («desagertzera doan herri bat», «un peuple qui s’en va»). S. Mitxelena cultivó tres géneros literarios: poesía, ensayo y teatro, destacando en su poesía épica de tono ardiente y reivindicativo.

Tras el fin de la Guerra Civil en 1939, puede volver en 1940 a Arantzazu donde estudia cuatro años de Teología y se ordena de sacerdote el 28 de diciembre de 1943. En ese mismo año escribe el librito Guruzbidea (Vía Crucis) en el que describe las catorce estaciones del mismo. El poeta de Zarauz padecerá también su propio calvario desde la infancia (muerte de su madre), el dolor causado por su temperamento fogoso y poco sociable, las dudas y la congoja producidas por el estudio de algunos dogmas católicos, el desamparo de los vascos por parte de la Iglesia Católica, etc. En medio de la orfandad física y moral se vuelve hacia la Madre de Dios, la Virgen de Arantzazu, como única esperanza para los vascos. En 1949 ingresa en Euskaltzaindia como académico correspondiente y publica Arantzazu, euskal poema, el primer libro vasco que se publica en el País Vasco peninsular tras la férrea censura franquista de la década más dura (1939-1949) de una dictadura de casi cuarenta años. Sin embargo, la censura le impidió la publicación de la tercera parte, Bizi nai (Ansia de vida), que vio la luz en 1955 en la revista Euzko-Gogoa de J. Zaitegi, en Guatemala. En esta parte se hallan probablemente los versos más dramáticos y más existencialistas de su poesía épica. El querer seguir siendo vascos y no poder realizar ese ideal le provocaba una angustia existencial que le conducía a una especie de aislamiento profundo o exilio interior que, por reacción contraria, le convirtió en uno de los escritores más representativos de la resistencia vasca. Entre 1945 y 1955 reside en el convento franciscano de Atocha, en San Sebastián, dedicado a la predicación.

Más tarde, entre 1960 y 1962, publica como dramaturgo dos breves obras: Erri bat Guruzbidean (Un pueblo en el Vía Crucis) y Confixus (Crucificado), en las que presenta el calvario de los vascos y su agonía. Este dolor, según él, está causado por las cuatro guerras perdidas por ellos en un siglo. El País Vasco se halla huérfano, sojuzgado por el general Franco, olvidado por la Iglesia de Roma, despreciado por los obispos españoles, sacrificado por la ONU por simple oportunismo, preterido por los países democráticos, y mal interpretado por los medios de comunicación como la BBC. Pero el poeta de Zarauz no se limita a presentar este sufrimiento en sus escritos literarios, sino que, además, se valía de sus dotes de orador afamado en Euskal Herria. En una ocasión en que predicaba en la parroquia de San Andrés de Eibar (Gipuzkoa) fue denunciado ante las autoridades de Donostia. Instigado por la policía española, decidió abandonar el País Vasco en contra de la opinión de sus amigos, los PP. Franciscanos, K. Iturria, L. Villasante, E. Agirretxe, y J.A. Gandarias, prefiriendo ser libre en el exilio que vivir amordazado en su patria.

Por la correspondencia mantenida con J. Zaitegi desde Montevideo nos consta que en 1954 partió al extranjero en busca de libertad y se dedicó a misionar en nueve países latinoamericanos: Uruguay, Cuba, Paraguay, Ecuador, Perú, Panamá, El Salvador, Colombia y Costa Rica. Eran los años de la guerra fría entre EEUU y la URSS y en aquella época los norteamericanos trataban de controlar el avance marxista que iba infiltrándose, y de frenar las guerrillas procomunistas. Para ello todo servía en esta lucha, y los servicios de inteligencia y la propaganda norteamericana veían con agrado la presencia de varias órdenes religiosas (entre ellas la franciscana) predicando la fe cristiana y la lucha contra el ateismo, e indirectamente la expansión militar y económica de los Estados Unidos. Es realmente curioso y significativo que la fotografía de S. Mitxelena ilustre la portada de uno de los números de la prestigiosa revista Time de entonces. Durante cinco años trabajó como misionero-predicador en Uruguay (1954-1959), pasando más tarde a La Habana, donde residió tres años (1959-1962) y conoció los primeros avatares de la revolución castrista. Al principio fue partidario de F. Castro pero más tarde se volvió completamente contrario, por lo que fue expulsado del país. Tras una década de trabajo decide volver al País Vasco en 1962 pero por poco tiempo. Marcha a Suiza y se instala en el pueblo Chaux-de-Fonds como capellán de los emigrantes españoles. Dos años más tarde murió enfermo el 20 de diciembre de 1965 a la edad de 46 años en este pueblecito suizo y sus restos fueron trasladados el 28 del mismo mes a Aranzazu en cuyo cementerio fueron inhumados. Desgraciadamente estos restos desaparecieron inexplicablemente debido a las obras realizadas en aquel santuario. El visitante que intente buscar el nicho de S. Mitxelena en la cripta que se halla bajo la imagen de la Patrona de Gipuzkoa (donde reposan los restos de otros compañeros como Villasante, Gandiaga, Lasa, y Goitia entre otros) quedará decepcionado por esta ausencia.

Durante su larga estancia en Montevideo trabajó intensamente en su lengua materna, como lo confiesa él mismo a su amigo J. Zaitegi: «sekula baiño gogorrago ari naiz euskeragintzan […]. Ez dut iñorekin itzegiten. Orain arte beintzat euskal-idazketari lotua nauzute…». Escribió el libro Unamuno eta Abendats (Unamuno y el aliento de la raza) que fue publicado en 1958 en Bayona en prosa, a pesar de que la primera versión fue escrita en verso libre. Se trata de un libro que marcó entonces un hito en la literatura vasca dentro del género del ensayo; desgraciadamente fue su última obra. S. Mitxelena fue un gran admirador de la obra literaria del filósofo bilbaíno a pesar de que los estamentos oficiales (especialmente religiosos) del País Vasco no eran de la misma opinión. Siempre pensó que el escritor bilbaíno era en el fondo muy vasco por el interés religioso que despertaban sus obras, la aversión a las estructuras cerradas, la rebelión contra el integrismo religioso, el amor a la independencia en la forma de pensar, etc. Según él, Unamuno representaba el alma angustiada del Pueblo Vasco. En cambio, no compartió sus opiniones en cuanto al vascuence y su futuro. Sabido es que para el rector de Salamanca el euskera se extinguía sin remedio y su muerte no se debía a causas externas sino a la falta de aptitud del vascuence para adaptarse a las necesidades de la cultura moderna. La lengua de los vascos era de tipo inferior y, en consecuencia, no se debía malgastar el tiempo fomentándolo sino que había que enterrarlo conscientes de que con ello los vascos no perderían nada sino que ganarían al entroncarse en una cultura superior, mediante el uso de la hermosa lengua castellana como instrumento de expresión. Ante tales opiniones disparatadas, el poeta guipuzcoano apostrofa con dureza al sabio profesor con las siguientes palabras: «Que el vascuence no es capaz! Tienes razón Unamuno, si a estas cuatro palabras se les añade una quinta por delante. ‘Tu’ vascuence es el que no sirve. El tuyo, no. De ninguna de las formas».

Decididamente, S. Mitxelena fue un hombre de temperamento inquieto y nervioso, un escritor atormentado, un existencialista dramático y un alma angustiada, un pastor que defendió a su grey con valentía en una de las épocas más borrascosas de la historia de Euskal Herria.

OBRA

Mitxelena, Salbatore. Idazlan Guztiak (2 vols.). Arantzazu. Oñati. Ed. Franciscana Aranzazu. 1977.

BIBLIOGRAFÍA

Agirretxe, E. «Aita Xalbador Mitxelena zanarekin izketan» en Aranzazu, 1966, XLV: 44-45.

Aulestia, G. «Salbatore Mitxelena and Bitoriano Gandiaga» en The Basque poetic tradition. Reno. University of Nevada Press, 2000: 133-151.

Azurmendi, J. «Mitxelenaren bere lekuratzeko», en Idazlan Guztiak II: XVII-XCVI.

Etxaniz, N. «Salbatore Saiolari», en Salbatore Mitxelena 1970: 99-118.

Gandarias, J.A. «Mitxelenaren bila», en Idazlan Guztiak, vol I: XIX-XV.

Gandiaga, B. «Alaxe eta euri zarata», en Aranzazu, 1966, XLV:42-43.

Iturria, K. «Maisu eta gidari genuen Mitxelena», en Argia 1984, n 1041: 34-35.

Iturria, K. Salbatore Mitxelena.Usurbil, CAP, 1979.

Labayen, A.M. «Salbatore Mitxelena, gizon eta olerkari», en Aranzazu, 1978, LVIII, nº 559:54-55.

Lekuona, M. Salbatore Mitxelena, 1970: 133-136.

Mendiguren Elizegi, X. «Salbatore Mitxelena: lehengo euskal idazle existenzialista», en Herri bat bidegurutzean, Donostia, Ed. Saturrarán, 2003: 153-175.

San Martín, J. «Salbatore Mitxelena poeta epikoa», en Salbatore Mitxelena, 1970: 11-18.

San Martín, J. «Salbatore Mitxelena aberri-minak eragindeko poeta», en Egan 1977, XXXVII: 95-99.

Torrealday, J.M. «Mitxelenaren argitaratugabeko lanak», en Salbatore Mitxelena, 1970: 81-98.

Txillardegi. «Saiakera eta hizkuntzen pizkundea», en Salbatore Mitxelena, 1970: 55-64.

Unzurruzaga, I. Salbatore Mitxelena 191-1965. Vitoria. Consejería de Cultura del Gobierno Vasco, 2002.

Varios. Salbatore Mitxelena, en Jakin 2, Oñati. Ed. Franciscana, 1970.

Villasante, L. «Salbatore Mitxelenaren pertsona», en Idazlan Guztiak II: XI-XIII

Monzón y Ortíz de Urruela, Telesforo de

Fotografía de Telesforo de Monzón y Ortíz de Urruela
(Bergara, Gipuzkoa, 1904 – Baiona, 1981)

Seudónimo: Otea

Estudios: Derecho (sin finalizar)

Profesión preferente: Político

Actividades culturales: Escritor y orador

Exilio: 1937 – 1976

Lugares y fechas de exilio: Francia y Bélgica 1937-1941

Casablanca y Dakar 1941

México D.F. 1941-1946

Francia e Iparralde 1946-1977

El conocido político, orador y escritor Telesforo de Monzón y Ortiz de Urruela nace en Vergara, Guipúzcoa, el 1 de diciembre de 1904, en el seno de una familia acomodada. Estudiante de Derecho en Madrid, abandona esta carrera sin haberla finalizado, y se afilia al PNV. En 1931 es elegido concejal por el Ayuntamiento de Vergara y, un año más tarde, Presidente del partido en Gipuzkoa. En este período destaca su preocupación por la enseñanza, presentando un plan municipal para la introducción de la lengua vasca en las escuelas. También destaca por su capacidad oratoria lo que le lleva a recorrer todo el país participando en los mítines del partido. En 1933 es elegido Diputado a Cortes por Guipuzcoa y, en 1934, presidente de la asociación “Euskaltzaleak”. También es detenido en varias ocasiones. Una vez iniciada la guerra civil, el 7 de octubre de 1936 es constituido el Gobierno Vasco, bajo la presidencia de Aguirre, en el cual Monzón figura como Consejero de Gobernación. Tras la rendición de Santoña, Monzón abandona la Península, refugiándose en el País Vasco continental, París, Flandes y Provenza. Con la ocupación nazi se ve obligado a huir de Europa, instalándose con su esposa, María Josefa Ganuza, en la capital mexicana. Aquí publica el que será primer libro de creación en vascuence del exilio, Urrundik. Bake Oroi (Editorial Pizkunde, 1945.); en este poemario se recogen dos de las características fundamentales de su poesía: las preocupaciones nacionalista y la creación de poesía que sirva para ser interpretada. Desde el punto de vista literario, se trata de una lírica que conecta con la poesía vasca de preguerra, romántica e idealizadora de todo los autóctono.

En 1946 vuelve a París donde se incorpora a las tareas del Gobierno Vasco en el exilio como Consejero de Cultura. A partir de ese momento continuará, con más intensidad si cabe, su actividad como conferenciante, animador de todo aquello que tenga relación con la cultura y la resistencia vasca frente al franquismo. Así, se incorpora al “Euskaltzaleen Biltzarra”, a la Sociedad Internacional de Estudios Vascos e inicia una larga colaboración en la revista del PNV Alderdi; esta última labor se prolonga hasta 1961, pese a que a partir de 1952 se distanció del partido por discrepancias políticas con su dirección lo que le llevaría, un año después, a dimitir de su cargo de Consejero en el Gobierno Vasco. En 1947, instalado ya en el País Vasco continental, se publica en Biarriz su segundo libro de poesía, Gudarien egiñak. Guda Oroi. Como indica su título, en contraposición con el anterior libro en éste la impronta del conflicto es muy fuerte, describiéndose numerosos acontecimientos bélicos y con poemas en recuerdo a los caídos en la lucha. Posteriormente, en 1956, publica su primer trabajo teatral, uno de los géneros más cultivados por Monzón. Se trata de Zurgin zaharra A ésta le seguirán Menditarrak en 1957, Gure behia hila da en 1960, Hazparneko Anderea y Eneko Bizkai eta Maria Lorka en 1966, entre otras. Respecto a sus colaboraciones periodísticas éstas se centrarán en las publicaciones Gure Herria, Euzko-Gogoa y, más tarde, Enbata (1975-1977) y el diario Egin (1977-1981).

En 1966 es nombrado miembro de Euskaltzaindia, Real Academia de la Lengua Vasca, como reconocimiento a su labor literaria, sobre todo por cuanto representó de vínculo de unión entre los escritores de preguerra y posguerra. Paralelamente se produce un proceso de radicalización en el pensamiento de Monzón que le lleva a fundar, en 1969, la Asociación de Ayuda a los Refugiados Vascos “Anai-artea”. Así, participa en distintos actos de solidaridad con los nuevos fugitivos que van llegando del País Vasco peninsular lo que motiva su expulsión de los departamentos vasco-franceses, en 1971, y la quema intencionada de su caserío ese mismo año. La intervención de diferentes políticos consigue que vuelva a permitirse su retorno pero con residencia forzada de un año en San Juan de Luz (1972).

Su labor literaria en estos últimos años se centraría en una doble vertiente: de una parte, los escritos de carácter político, muchos de ellos leídos en diferentes mítines en los que la personalidad de Monzón destacaba por su oratoria y su capacidad de emocionar a públicos muy sensibilizados con la problemática nacional vasca; de otra parte, será el creador de un conjunto de canciones que se convertirán en auténticos símbolos de resistencia, presentes en la mayor parte de las movilizaciones políticas de los setenta y los ochenta; canciones como “Lepoan hartu”, “Itziarren semea”, “Plazara”, “Euskarari bai” o “Batasuna” pertenecen hoy día al acervo popular de Euskal Herria.

Tras la muerte de Franco vuelve Monzón a su Vergara natal e inicia una nueva etapa de participación activa en la política, con posicionamientos muy críticos hacia el proceso de la transición política lo que le lleva a integrase en la coalición independentista Herri Batasuna; no obstante, siempre defenderá posturas de entendimiento entre todas las fuerzas nacionalistas. Estas ideas generan numerosas críticas hacia su persona, llegando a tachársele de loco desde el PNV que le da de baja definitivamente del partido en 1977. En 1978 se inician sus colaboraciones en el diario Egin. Ese mismo año el Ministerio de Interior presenta siete querellas contra él con motivo de distintas declaraciones públicas. En 1979 es detenido en una encerrona política y trasladado a la cárcel de Nanclares de la Oca por negarse a declarar en castellano. Se dicta un auto de procesamiento contra él pero es hospitalizado en grave estado. En las Elecciones de ese año sale elegido diputado y es puesto en libertad. Los autos contra Monzón se suceden y el Parlamento Español concede el suplicatorio solicitado por la Audiencia. Por las mismas fechas la revista Interviu denuncia un proyecto de atentado contra su persona.

Los últimos dos años de su vida siguen esta misma tónica de activismo y de persecución política. Pese a encontrarse muy debilitado por la enfermedad, se presenta y es elegido diputado para el Parlamento Vasco. Tanto en éste como en el caso anterior Monzón no llegó a participar en ninguno de los foros parlamentarios para los que fue elegido como resultado de la postura política de HB de no acudir a estas instituciones. Durante 1980 es detenido al menos en dos ocasiones, en Pamplona y Santiago. Ya en 1981 es ingresado en el Hospital de Baiona donde muere el 12 de marzo de ese año, siendo enterrado en Bergara.

Múgica Urrestarazu, Mateo

Fotografía de Mateo Múgica Urrestarazu
(Idiazabal, Gipuzkoa, 1870 – Zarauz, Gipuzkoa, 1968)

Estudios: Humanidades, Filosofía, Teología.

Profesión preferente: sacerdote y obispo.

Actividades culturales: profesor.

Exilio: 1931-1932; 1936-1947.

Lugares y fechas:

1.- Francia: 1931-1932.

2.- Italia: 1936-1937.

3.- Bélgica: 1937-1940.

4.- Francia: 1940-1947

Es posible que en la historia de la diócesis de Vitoria no haya existido un obispo con una vida tan dramática como la de Mons. Mateo Múgica, nacido el 21 de septiembre de 1870 en Idiazabal (Guipúzcoa) y fallecido a los 98 años, el 27 de octubre de 1968 en Zarautz. Nos referimos a un personaje cuya centenaria existencia se vio ensombrecida no sólo por la ceguera provocada por el glaucoma en los últimos años sino por las cuatro guerras y dos destierros de signo diferente que tuvo que soportar. La vida deparó un cruel destino a este eclesiástico íntegro e integrista, amante del País Vasco y de su lengua, pero también de España y de la monarquía alfonsina. Dotado de una recia personalidad, sus actitudes fueron muy controvertidas en el campo humano, religioso y político. Mientras unos diocesanos alababan su talla intelectual, la firmeza y la reciedumbre moral, la fidelidad a la Iglesia y su dignidad mostrada en los dos exilios, otros, en cambio, criticaban su integrismo eclesial, el sentido excesivamente estricto de la obediencia eclesiástica, su adhesión a la monarquía y, a menudo, a la Cruzada de Franco. En cualquier caso, nadie podrá negar la labor pastoral desarrollada en sus tres diócesis: Burgo de Osma (1918 – 1924), Pamplona (1924 – 1928) y Vitoria (1928 – 1937). Durante estos años veló por el cumplimiento de las leyes eclesiásticas (Observantia legum eclesiasticarum) procurando conservar la pureza de la fe cristiana y el mantenimiento de las buenas costumbres morales, hasta en la decencia del vestido femenino y el desfile de modas.

M. Múgica hizo sus estudios primarios en Beasain, pasando más tarde a la Universidad de Oñate donde estudió Latín, Retórica y Filosofía; finalmente, se doctoró en Teología en la Universidad de Salamanca. Tras ser ordenado sacerdote por el obispo de Vitoria, Mons. Fernández Piérola, se estrenó como coadjutor en la parroquia de Usurbil (Guipúzcoa). Pero pronto volvió al Seminario Conciliar de Vitoria donde enseñó Latín, Retórica y Filosofía y, más tarde, Sagrada Escritura. En octubre de 1903 obtuvo el cargo de canónigo lectoral del Cabildo Catedralicio de la capital alavesa y el 19 de mayo de 1918 fue consagrado obispo en la Catedral de Sta. María. Durante estos años destacó en la enseñanza, y por su afición al euskera, a la oratoria y a la música. En 1906 dirigió la Schola Cantorum del Seminario, compuesta de unas cien voces, en la Basílica de San Pedro en Roma con ocasión de la beatificación de Valentín de Berrio-Ochoa. Es justo también tener en cuenta sus pastorales y sermones en euskera y la traducción vasca del cap. XIII de El Quijote de la Mancha.

Tras una década de ausencia como obispo por tierras castellanas y navarras, vuelve a su diócesis vitoriana haciendo la entrada solemne el 24 de junio de 1928. Fue recibido con claras muestras de afecto y alegría en las tres capitales vascas donde los diocesanos veían finalmente a un obispo nacido en Euskal Herria y, además, vascohablante. En su primera Carta Pastoral, Mons. Múgica muestra su gratitud por “los triunfales y cariñosísimos recibimientos” (BOOV, 15-IX-1928:428). Se entrega a una intensa actividad pastoral: visitas a las parroquias; Acción Católica; peregrinaciones (Roma, Lourdes, y Tierra Santa en cinco ocasiones); el cargo de presidente de la Unión Misional del Clero; el cuarto Congreso de Música Sacra; congresos marianos y eucarísticos (Colonia, Malta, Madrid), mostrando su acendrado nacionalismo español.

Pero su obra cumbre, el hito histórico más importante de su paso por Vitoria fue, sin duda alguna, la construcción (llevada a cabo por el arquitecto y sacerdote vizcaíno D. Pedro de Asua (1890-1936)) e inauguración del Seminario Mayor (1930) iniciado por su predecesor Fray Zacarías Martínez en 1926. El día 28 de septiembre de 1930 fue inaugurado solemnemente con la asistencia del rey Alfonso XIII; el delegado del papa Pío XI, cardenal Ruffini; el nuncio apostólico de su Santidad, Mons. Tedeschini; numerosos arzobispos y obispos. Mons. Múgica bendice el gran órgano de la iglesia pública arrancando a sus teclados las primeras notas “sentado delante del órgano, con todo el religioso boato de su mitra y capa pluvial, interpreta la Marcha Real Española -como homenaje a Cristo Rey- y la Marcha de San Ignacio -como himno secular de nuestro pueblo” (BOOV, 6-X-1930:728). A pesar de ello, D. José Calvo Sotelo (1893 – 1936), en nombre de la derecha española, tildará al Seminario de Vitoria de “batzoki y nido de separatistas”. Por ello, en una ocasión, Mons. Múgica se verá obligado a interrogar bajo juramento solemne al Rector D. Eduardo Eskarzaga si en el Seminario se hacía “política nacionalista o cualquiera otra política de partido”.

En medio de un ambiente polémico muy tenso, el 14 de abril de 1931 se proclama la II República en España. Mons. Múgica había pensado siempre que: “la República había sido y sería manantial inagotable de toda clase de maldades”. Por ello, por su acendrado monarquismo y por los ataques a la República fue desterrado por orden del Ministerio de Gobernación. El 17 de mayo sale de Irún y se establece en La Puye (cerca de Poitier) en un monasterio de las Hijas de la Cruz (31 – VIII – 1931) hasta que regresa a España el 13 de mayo de 1932, pero no a Vitoria sino a Bujedo (Burgos) de donde pasa definitivamente a su diócesis vasca el 11 de abril de 1933 (BOOV, 1 – V- 1933: 252).

Ante las elecciones que se anuncian en 1936, el vicario general de Vitoria, D. Jaime Verástegui, publica una nota (con la aprobación de su obispo) en la que se afirma que “es indiferente desde el punto de vista católico votar a cualquiera de las candidaturas católicas que luchan en la diócesis”. Esto desagrada sobremanera a los militares (Franco, Mola, Cabanellas, Millán Astray, Beorlegui, Camilo Alonso Vega, etc), eclesiásticos (cardenal I. Gomá) y civiles (José Luis Oriol).

El 18 de julio de 1936 se produce el golpe de estado y el cardenal I. Gomá prepara un documento en el que se formula a los católicos de forma categórica la prohibición (Non licet) de adherirse a la República, fraccionando así las fuerzas ante “la hidra marxista de siete cabezas”. El Cardenal de Toledo presiona a los dos obispos vascos, Mons. M. Múgica y al vizcaíno Mons. Olaechea (Pamplona) y estos suscriben y publican la “instrucción pastoral” ante el estupor de los republicanos y el rechazo total de los nacionalistas vascos. No obstante, era obvio que Mons. Múgica estorbaba en sus planes de reforma en el clero por lo que se especuló incluso con la posibilidad de asesinarlo. Rechazada tal hipótesis por la posible resonancia internacional negativa para la llamada Cruzada por los golpistas, se optó por la solución del destierro.

A Mons. Múgica no le garantizaron su permanencia como Obispo de Vitoria ni sus explícitas muestras de apoyo a la rebelión durante los primeros meses del golpe militar, ni la pastoral conjunta Non licet, ni las bendiciones impartidas a los requetés que iban al frente de batalla, ni la entronización de la imagen del Sagrado Corazón de Jesús en la sede de la Falange, ni la cesión del Seminario como hospital de guerra, ni las sumas de dinero recogidas en las colectas de las parroquias en favor del “triunfo del ejército salvador”. El plan urdido entre la diplomacia vaticana (cardenal secretario de Estado, Eugenio Pacelli), con la connivencia del cardenal I. Gomá, y la Junta Militar de Burgos convenció finalmente a Mons. Múgica a pesar de su rechazo inicial. El 14 de octubre de 1936, después de aceptar la destitución impuesta de su vicario general y tras nombrar como sustituto suyo al canónigo donostiarra D. Antonio Pérez Ormazabal, Mons. Múgica emprendió una salida que no encontraría el camino de regreso hasta once años más tarde, en 1947, pero ni aún entonces, como obispo residencial. Se habló oficialmente de una renuncia “voluntaria” pero en realidad fue un arreglo amañado mediante su viaje pastoral a Roma para asistir al II Congreso Internacional de la Unión Misional del Clero (11, 12 y 13 de noviembre de 1936) de la que era presidente en España. Los aplausos que resonaron el día 13 al presentarse D. Mateo ante el público contrastan con las humillaciones que tuvo que sufrir durante su estancia de ocho meses en Roma. El 14 de febrero D. Antonio Pildain, canónigo magistral y profesor del Seminario de Vitoria, además de diputado en las Cortes en Madrid, era consagrado Obispo de Canarias en Roma. La Junta Militar de Burgos contando con la diplomacia vaticana vetó la presencia de D. Mateo en esta ceremonia religiosa, a pesar de la disconformidad del nuevo obispo y de la tristeza de Mons. Múgica.

Los acontecimientos históricos se suceden de forma cruel para el Obispo de Vitoria. En junio de 1937 recibe una carta del Cardenal I. Gomá en la que le anuncia la redacción de una “Carta del Episcopado Español” a petición del Jefe del Estado. El 28 de junio de 1937, como respuesta escrita en Frascati (Italia), D. Mateo muestra al Cardenal el estado anímico en que vive: “llevo más de ocho meses alejado de mi diócesis! […] podría suscribir el documento cuando yo estuviese en mi puesto física y personalmente […] deseo y pido al Señor el triunfo del general Franco sobre todos los rojos”. Dos ausencias muy significativas resaltarán en la lista de prelados firmantes de este documento: la del cardenal tarraconense Mons. Francisco Vidal i Barraquer y la del aún Obispo de Vitoria que se niegan a firmarlo. Más aún, Mons. Múgica en un escrito dirigido a la Santa Sede explica claramente las razones de su negativa. En contra de lo que afirman los obispos españoles él muestra su desacuerdo diciendo que la Iglesia en la España de Franco no es libre. Denuncia también el asesinato de “nutridísimas listas de cristianos fervorosos y de sacerdotes ejemplares”, a la vez que protesta por presentar en el documento “a la ciudad de Bilbao como un pueblo blasfemo”.

Con el ánimo de acallar definitivamente la voz del obispo de Vitoria, la Junta Militar de Burgos, contando con la venia del cardenal I. Gomá y el consentimiento del Vaticano, nombra administrador apostólico de Vitoria al vizcaíno Mons. F. Javier Laucirica que el 4 de septiembre de 1937 toma posesión de la diócesis vasca, sin mencionar siquiera el nombre de su predecesor en la homilía de su presentación en la Catedral (BOOV, 1-X-1937:353-356). Durante casi un año (octubre 1936 – septiembre 1937), D. Mateo conservó siempre la esperanza de volver a su amada diócesis. Pero esta ilusión se desvaneció con el nombramiento de su sucesor de quien Franco comentaba que “es un hombre que hablará de Dios hablando de España”. En vista de que su presencia en Roma no tenía ya ningún sentido, se marchó “haciendo el mayor sacrificio de mi vida”, y buscó acomodo en Bélgica durante varios años. En una carta escrita al cardenal I. Gomá el 22 de febrero de 1939 en Gooveind (Bélgica) se defiende “con la libertad de quien nada tiene que perder”, y defiende también “a los nacionalistas vascos por tratar de conservar su lengua, tradiciones […]“, en contra de las falsas acusaciones del Primado de Toledo.

En 1940 las tropas nazis invaden Holanda, Bélgica y Francia y D. Mateo pasa a Iparralde residiendo en Ustaritz y Cambó. En una ocasión es detenido y conducido a la Citadelle de Donibane Garazi donde fue humillado y vejado por las fuerzas alemanas durante varios días. En el mes de abril de 1945, “restablecido del glaucoma que me amenazó dejarme totalmente ciego” escribe una dolorosa, sincera y profunda reflexión, a petición de D. José Miguel Barandiarán en la casa “Bidartea” (Sara) de éste. Es, sin duda alguna, uno de sus escritos más valientes y claros, una noble confesión hecha a “su compañero de tribulaciones” a la vez que “dignísimo e inteligentísimo profesor”. El documento se titula “Imperativos de mi conciencia” (1945) y está escrito, una vez liberado de las trabas que le “obligaron a guardar silencio desde fines de 1936 […]; un ruego, que yo no podía desatender, me fue transmitido para que callara ‘por el momento’ “. Pero ocho años más tarde puede decir en público lo que confesó antes al gran papa (Achiles Ratti) Pio XI (1857 – 1939). Ya en octubre de 1936 Mons. Múgica elevó a la Santa Sede la primera protesta contra los abusos del bando insurgente. En ella defendía a sus diocesanos “injustamente perseguidos, vejados, castigados, expoliados por los representantes y propagandistas del ‘Movimiento Nacional’ “.

Finalmente, en 1947 puede regresar a Euskal Herria y residir en la Villa “Montemar” de Zarauz hasta el 27 de octubre de 1968, prácticamente ciego durante los últimos años. Murió rodeado del cariño de sus familiares, amigos, y también del respeto y comprensión de muchos de sus antiguos diocesanos. Sus restos descansan en el altar mayor de la Catedral de Santa María de Vitoria, cuyo obispo Mons. Peralta, con ocasión del sermón de la misa funeral de D. Mateo Múgica y Urrestarazu, resumió la dramática vida de éste con las siguientes palabras: “Contradicciones, abandonos, desprecios, calumnias, ingratitudes, enfermedades, la prolongada ceguera […]” (BOOV, 31-X-1968:311). Goian bego!.

OBRA

Mateo Mugica. “Con motivo de su entrada en la diócesis”, en Boletín Oficial Eclesiástico del Obispado de Pamplona, 15-III-1924, Tomo LXIII:80-105.

Mateo Mugica, Mujika ta Urrestarazu’tar Mateo Iruña’ko Gotzai jaunak bere eliz-barrutikoai egiten dien Artzai-eskutitza, Iruña’n. Iruña. Acción Social. 1925.

Mateo Mugica. “El catecismo en euskera”, Euskal Esnalea, 1929, XIX:31-34.

Mateo Mugica. Discurso inaugural en el Seminario de Vitoria. Curso 1898-1899. Vitoria. Sarasqueta, 1898.

Mateo Mugica. Imperativos de mi conciencia. Carta abierta al Presbítero D. José Miguel de Barandiarán. Buenos Aires. Liga de Amigos de los Vascos [s. d.].

Mateo Mugica. “El nuevo Seminario de Vasconia” en Vida Vasca, 1931, VIII:173-175.

Mateo Mugica. Primera carta pastoral del Ilmo. y Rvdmo. Sr. Obispo de Vitoria Dr. D. Mateo Múgica Urrestarazu con motivo de su entrada en la Diócesis. Vitoria, Montepío Diocesano, 1928.

Mateo Mugica. “Segura-ko Jai-aldietan… Mateo Mujika… Gipuzkoako Diputazio chit Goituraren aurrean egintako Sermoya”, Euskal Erria, 1911, LXV:357-363.

BIBLIOGRAFÍA

Baraibar, Federico. “Discurso leído por D. Mateo Múgica en el acto de homenaje al ilustre compositor alavés D. Vicente Goicoechea, celebrado el 22 de sep. 1916 en la villa de Aramayona” en Ateneo, 1916 (Oct.), IV:12-15.

Intza, Dámaso. Kristau ikasbidea Mujika ta Urrestarazu’ar Mateo Iruñako Gotzai Jaun guziz agurgarriak agindurik. Iruña. 1927.

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