Euskal Erbesteen Kultura – La Cultura de los Exilios Vascos

Salbatore Mitxelena Lazkano » Biografiak

Gure elkartea, Hamaika Bide, hasiera-hasieratik ideologia eta alderdien gaineko ikuspuntua aurrera eramatea. Errespetotik beti saiatu gara gure erbesteratuen biografiak eta lanak objektiboki aztertzen. Denboraren perspektibaz guztiek egin dituzte gure herriko kulturaren aldeko aportazioak, txikiak edo handiak, baina guztiak aztertzeko modukoak. Sail honetan erbesteratuen biografiak sailkatuko ditugu; guztien arteko lotura amankomuna, batzutan bakarra: erbestea.

Mitxelena Lazkano, Salbatore

Photo of Salbatore Mitxelena Lazkano
(Zarauz, Gipuzkoa, 1919 – Chaux-de-Fonds,Suiza, 1965)

Estudios: Humanidades, Filosofía, Teología.
Profesión preferente: sacerdote y misionero.
Actividades culturales: escritor.

Exilio:
Lugares y fechas del exilio:
1.- Uruguay: 1955-1959.
2.- Cuba: 1960-1962.
3.- Suiza: 1962-1965.

El santuario franciscano de Arantzazu (Gipuzkoa) ha sido durante cinco siglos un centro de espiritualidad y de cultura vasca. En él se formaron muchos predicadores, misioneros, músicos y hombres comprometidos con la religión y con la cultura autóctona. Entre éstos últimos cabe destacar en la segunda mitad del s. XX a L. Villasante (1920-2000), escritor y presidente de Euskaltzaindia, y a los poetas B. Gandiaga (1928-2001) y Salbatore Mitxelena (1919-1965). Este último fue sobre todo poeta, no filósofo, ni siquiera un pensador original, pero sí supo dar un matiz muy personal al dolor de los nacionalistas vascos, como lo hicieron Lizardi, B. Gandiaga, o Txillardegi. Su poesía se basa sobre dos pilares: Euskal Herria (lengua, historia, etc.) y la religión (la Virgen, Arantzazu, su fe, el calvario).

S. Mitxelena nació el 18 de enero de 1919 en el caserío “Etxebeltx” de Zarauz (Gipuzkoa). Usó varios seudónimos en sus escritos, especialmente el de “Inurritza”, nombre del barrio donde se hallaba enclavado su caserío. Fue el tercero de nueve hermanos y pasó los once primeros años en su pueblo natal donde sufrió los primeros castigos en la escuela por usar el euskera durante la dictadura del General Primo de Rivera (1923-1930). En 1930 ingresa en el colegio de Arantzazu, y en 1933 pasa a Forua (Bizkaia) donde completa las humanidades. En 1934 muere su madre atropellada por un camión en la zona de San Pelayo (Zarauz). En 1936 marcha al convento franciscano de Olite (Navarra) para estudiar filosofía. Al estallar la Guerra Civil se ve forzado a alistarse con 17 años y marcha a Guadalajara como ayudante de oficiales en aquella guerra fratricida, “fuente de todos los males”. En adelante, toda su vida y toda la producción poética estarán condicionadas por las consecuencias de aquella conflagración bélica. El título de su primer libro destaca el dolor causado por la guerra: Aberriak min dit eta Miñak Olerki (1937) (Me duele la patria y el dolor me hace brotar la poesía). Si al filósofo bilbaíno Miguel de Unamuno le dolía su patria España, a este franciscano le dolerá durante toda la vida su Euskal Herria. En uno de los períodos más prolongados y peores de la historia de Euskadi, S. Mitxelena se erigió en defensor de la pequeña nación vasca, en trovador de un pueblo sufriente, en predicador de la resistencia pacífica y de la desobediencia activa, en escritor comprometido con su pueblo, en testigo fiel de su tiempo, en uno de los escritores vascos que mejor reflejaron el dolor de una minoría étnica y en voz sonora de un pueblo amordazado en fase de extinción (“desagertzera doan herri bat”, “un peuple qui s’en va”). S. Mitxelena cultivó tres géneros literarios: poesía, ensayo y teatro, destacando en su poesía épica de tono ardiente y reivindicativo.

Tras el fin de la Guerra Civil en 1939, puede volver en 1940 a Arantzazu donde estudia cuatro años de Teología y se ordena de sacerdote el 28 de diciembre de 1943. En ese mismo año escribe el librito Guruzbidea (Vía Crucis) en el que describe las catorce estaciones del mismo. El poeta de Zarauz padecerá también su propio calvario desde la infancia (muerte de su madre), el dolor causado por su temperamento fogoso y poco sociable, las dudas y la congoja producidas por el estudio de algunos dogmas católicos, el desamparo de los vascos por parte de la Iglesia Católica, etc. En medio de la orfandad física y moral se vuelve hacia la Madre de Dios, la Virgen de Arantzazu, como única esperanza para los vascos. En 1949 ingresa en Euskaltzaindia como académico correspondiente y publica Arantzazu, euskal poema, el primer libro vasco que se publica en el País Vasco peninsular tras la férrea censura franquista de la década más dura (1939-1949) de una dictadura de casi cuarenta años. Sin embargo, la censura le impidió la publicación de la tercera parte, Bizi nai (Ansia de vida), que vio la luz en 1955 en la revista Euzko-Gogoa de J. Zaitegi, en Guatemala. En esta parte se hallan probablemente los versos más dramáticos y más existencialistas de su poesía épica. El querer seguir siendo vascos y no poder realizar ese ideal le provocaba una angustia existencial que le conducía a una especie de aislamiento profundo o exilio interior que, por reacción contraria, le convirtió en uno de los escritores más representativos de la resistencia vasca. Entre 1945 y 1955 reside en el convento franciscano de Atocha, en San Sebastián, dedicado a la predicación.

Más tarde, entre 1960 y 1962, publica como dramaturgo dos breves obras: Erri bat Guruzbidean (Un pueblo en el Vía Crucis) y Confixus (Crucificado), en las que presenta el calvario de los vascos y su agonía. Este dolor, según él, está causado por las cuatro guerras perdidas por ellos en un siglo. El País Vasco se halla huérfano, sojuzgado por el general Franco, olvidado por la Iglesia de Roma, despreciado por los obispos españoles, sacrificado por la ONU por simple oportunismo, preterido por los países democráticos, y mal interpretado por los medios de comunicación como la BBC. Pero el poeta de Zarauz no se limita a presentar este sufrimiento en sus escritos literarios, sino que, además, se valía de sus dotes de orador afamado en Euskal Herria. En una ocasión en que predicaba en la parroquia de San Andrés de Eibar (Gipuzkoa) fue denunciado ante las autoridades de Donostia. Instigado por la policía española, decidió abandonar el País Vasco en contra de la opinión de sus amigos, los PP. Franciscanos, K. Iturria, L. Villasante, E. Agirretxe, y J.A. Gandarias, prefiriendo ser libre en el exilio que vivir amordazado en su patria.

Por la correspondencia mantenida con J. Zaitegi desde Montevideo nos consta que en 1954 partió al extranjero en busca de libertad y se dedicó a misionar en nueve países latinoamericanos: Uruguay, Cuba, Paraguay, Ecuador, Perú, Panamá, El Salvador, Colombia y Costa Rica. Eran los años de la guerra fría entre EEUU y la URSS y en aquella época los norteamericanos trataban de controlar el avance marxista que iba infiltrándose, y de frenar las guerrillas procomunistas. Para ello todo servía en esta lucha, y los servicios de inteligencia y la propaganda norteamericana veían con agrado la presencia de varias órdenes religiosas (entre ellas la franciscana) predicando la fe cristiana y la lucha contra el ateismo, e indirectamente la expansión militar y económica de los Estados Unidos. Es realmente curioso y significativo que la fotografía de S. Mitxelena ilustre la portada de uno de los números de la prestigiosa revista Time de entonces. Durante cinco años trabajó como misionero-predicador en Uruguay (1954-1959), pasando más tarde a La Habana, donde residió tres años (1959-1962) y conoció los primeros avatares de la revolución castrista. Al principio fue partidario de F. Castro pero más tarde se volvió completamente contrario, por lo que fue expulsado del país. Tras una década de trabajo decide volver al País Vasco en 1962 pero por poco tiempo. Marcha a Suiza y se instala en el pueblo Chaux-de-Fonds como capellán de los emigrantes españoles. Dos años más tarde murió enfermo el 20 de diciembre de 1965 a la edad de 46 años en este pueblecito suizo y sus restos fueron trasladados el 28 del mismo mes a Aranzazu en cuyo cementerio fueron inhumados. Desgraciadamente estos restos desaparecieron inexplicablemente debido a las obras realizadas en aquel santuario. El visitante que intente buscar el nicho de S. Mitxelena en la cripta que se halla bajo la imagen de la Patrona de Gipuzkoa (donde reposan los restos de otros compañeros como Villasante, Gandiaga, Lasa, y Goitia entre otros) quedará decepcionado por esta ausencia.

Durante su larga estancia en Montevideo trabajó intensamente en su lengua materna, como lo confiesa él mismo a su amigo J. Zaitegi: “sekula baiño gogorrago ari naiz euskeragintzan […]. Ez dut iñorekin itzegiten. Orain arte beintzat euskal-idazketari lotua nauzute…”. Escribió el libro Unamuno eta Abendats (Unamuno y el aliento de la raza) que fue publicado en 1958 en Bayona en prosa, a pesar de que la primera versión fue escrita en verso libre. Se trata de un libro que marcó entonces un hito en la literatura vasca dentro del género del ensayo; desgraciadamente fue su última obra. S. Mitxelena fue un gran admirador de la obra literaria del filósofo bilbaíno a pesar de que los estamentos oficiales (especialmente religiosos) del País Vasco no eran de la misma opinión. Siempre pensó que el escritor bilbaíno era en el fondo muy vasco por el interés religioso que despertaban sus obras, la aversión a las estructuras cerradas, la rebelión contra el integrismo religioso, el amor a la independencia en la forma de pensar, etc. Según él, Unamuno representaba el alma angustiada del Pueblo Vasco. En cambio, no compartió sus opiniones en cuanto al vascuence y su futuro. Sabido es que para el rector de Salamanca el euskera se extinguía sin remedio y su muerte no se debía a causas externas sino a la falta de aptitud del vascuence para adaptarse a las necesidades de la cultura moderna. La lengua de los vascos era de tipo inferior y, en consecuencia, no se debía malgastar el tiempo fomentándolo sino que había que enterrarlo conscientes de que con ello los vascos no perderían nada sino que ganarían al entroncarse en una cultura superior, mediante el uso de la hermosa lengua castellana como instrumento de expresión. Ante tales opiniones disparatadas, el poeta guipuzcoano apostrofa con dureza al sabio profesor con las siguientes palabras: “Que el vascuence no es capaz! Tienes razón Unamuno, si a estas cuatro palabras se les añade una quinta por delante. ‘Tu’ vascuence es el que no sirve. El tuyo, no. De ninguna de las formas”.

Decididamente, S. Mitxelena fue un hombre de temperamento inquieto y nervioso, un escritor atormentado, un existencialista dramático y un alma angustiada, un pastor que defendió a su grey con valentía en una de las épocas más borrascosas de la historia de Euskal Herria.

OBRA

Mitxelena, Salbatore. Idazlan Guztiak (2 vols.). Arantzazu. Oñati. Ed. Franciscana Aranzazu. 1977.

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